
- Diversos puntos de vista en la iglesia y la exhortación apostólica de “no juzgar al hermano”
El capítulo 14 de Romanos es un pasaje clave que muestra de manera muy práctica cómo deben convivir aquellos que tienen diferentes perspectivas y opiniones dentro de la comunidad cristiana. Pablo exhorta a los creyentes de la iglesia en Roma con un mensaje central: “No os juzguéis unos a otros, sino aceptaos en el Señor”. En especial, en este texto (14:1-12), el apóstol insta a “no juzgar al que es débil en la fe”, lo que refleja la sabiduría y el amor de Pablo al afrontar los conflictos que existían en la iglesia primitiva. A lo largo de la historia de la Iglesia, esta enseñanza se ha considerado repetidamente crucial y, aún hoy, sigue siendo de plena vigencia para las comunidades eclesiales. El pastor David Jang, basándose también en la enseñanza de Pablo, ha insistido en la importancia de resolver los diversos conflictos internos y externos de la iglesia con el espíritu del evangelio. Aunque la iglesia moderna hable de “armonía y unidad”, con frecuencia sufre divisiones de mayor o menor envergadura, y por ello, adoptar una actitud de “no juzgarse sino aceptarse mutuamente” continúa siendo un desafío fundamental.
Pablo señala dos grupos dentro de la iglesia de Roma. Uno es el de los “débiles” y el otro el de los “fuertes”. En lugar de describirlos estrictamente como “creyentes de origen judío” y “creyentes de origen gentil”, Pablo los denomina “débiles” y “fuertes” según el nivel de su fe. Los que se consideran “débiles”, es decir, aquellos cuya fe era más frágil, seguían estrictamente la ley y las normas dietéticas judías. Por otro lado, los “fuertes” eran aquellos que, gracias a la libertad que da el evangelio, no se sentían obligados a someterse a esas normas alimentarias o a la observancia estricta de ciertos días. El conflicto surgía principalmente por la cuestión de los alimentos y la celebración de días festivos. Los creyentes de origen judío se abstenían de comer carne que consideraban impura según la ley de pureza, y Pablo se refiere a estos como “débiles”. Mientras tanto, los creyentes de origen gentil consumían sin reparo alimentos que habían sido ofrecidos a ídolos o carne de cerdo. Pablo designa a estos como los “fuertes”.
Sin embargo, esta clasificación encierra un profundo sentido teológico. Pablo afirma que, si se ejerce la libertad sin considerar la conciencia y la fe de los demás, esa libertad puede convertirse en pecado. Este énfasis está en sintonía con el espíritu del evangelio que proclama también el pastor David Jang. El evangelio nos otorga el don extraordinario de la “libertad”, pero esta debe limitarse por el amor. Si fuera necesario, debemos saber restringir esa libertad por el bien de los demás. Al final, Pablo enseña que tanto los “fuertes” como los “débiles” deben superar sus diferencias, comprenderse y respetarse mutuamente, para así edificar la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Solo de esta manera podremos alcanzar aquella unidad en el evangelio que todos los creyentes deben anhelar.
En Romanos 14:1, Pablo dice: “Recibid al que es débil en la fe, pero no para entrar en discusiones”. Con esto, se dirige de modo directo a la actitud que han de tener los “fuertes” cuando surge un conflicto en la iglesia. Luego, en el versículo 2, explica: “Algunos creen que pueden comer de todo, mientras que los débiles solo comen verduras”. Reconoce que estas dos posturas conviven dentro de la comunidad. Algo esencial es que Pablo aclara que tanto la comida como la ausencia de ella se hacen “para el Señor” (v. 6). Es decir, el tema de las normas dietéticas o la observancia de ciertas festividades no determina la esencia de la fe. Las tradiciones más conservadoras suelen considerarse “las únicas que guardan la verdadera fe”, mientras que las corrientes más liberales se consideran “las únicas que disfrutan plenamente la auténtica libertad del evangelio”. Sin embargo, Pablo aclara que, siempre y cuando ambos grupos declaren que obran “para Dios”, no deben juzgarse unos a otros. Solo el Señor conoce plenamente la fortaleza o la debilidad de la fe de cada uno. La frase “¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro?” (v. 4) lo ilustra con claridad. Todos somos siervos del Señor, y no podemos juzgarnos entre nosotros.
El pastor David Jang también ha enfatizado en muchas de sus predicaciones y conferencias la idea de que “solo Dios tiene la autoridad de juzgar”. Cuando la iglesia, con mentalidad mundana, se pone a determinar “quién tiene la razón o quién tiene más fe”, suele apartarse de la esencia del evangelio. Solo cuando nos tratamos con aceptación en vez de crítica y con amor en vez de sospecha puede haber “paz, gozo y justicia” dentro de la iglesia. La enseñanza de Jesús, “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt 7:1-2), sigue siendo el parámetro fundamental para resolver los conflictos dentro de la iglesia. Con base en ello, Pablo advierte que todo lo que hagamos ha de hacerse “en el Señor”, cuidando de no hacer tropezar al hermano. Especialmente en 1 Corintios 8 y 10, donde vuelve a tratar el tema de los alimentos ofrecidos a ídolos, Pablo recuerda que la libertad cristiana debe tener en cuenta si podría dañar la fe de los demás. Antes que provocar disputas y divisiones en la comunidad cristiana, hemos de buscar la reconciliación mutua y practicar el amor.
En la práctica eclesial, esto se ve reflejado, por ejemplo, en las diferencias acerca del estilo de música en la alabanza, las formas de administrar el bautismo o la cena del Señor, o si se deben observar ciertas festividades. En muchas ocasiones, estos temas se consideran “adiáforos (adiaphora)”, es decir, cuestiones que no se pueden calificar como absolutamente correctas o incorrectas. Pablo sugiere que la pregunta esencial debe ser: “¿Acaso esto es un asunto de verdadera trascendencia a los ojos de Dios?” Si no está directamente relacionado con la salvación o el perdón de pecados, entonces es mejor aceptarnos y amarnos mutuamente; y, si surge la posibilidad de “generar dudas” o “debilitar la fe” del otro, deberíamos estar dispuestos a restringir nuestra libertad. En definitiva, el fruto de la “paz y la edificación” brota de un corazón que no juzga al hermano. Cuando alguien lo desprecia o lo mira con desconfianza, la unidad de la comunidad se ve amenazada. Pablo recuerda: “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos” (v. 8), subrayando que todos estamos en las manos de Dios y, por tanto, no podemos juzgarnos ni menospreciarnos los unos a los otros.
Así, Romanos 14:1-12, unido a las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte sobre no insultar ni juzgar a los hermanos (Mt 5:22; 7:1-2), sienta las bases ineludibles de la convivencia en la iglesia. El pastor David Jang insiste a menudo en que, mientras la iglesia no se libere de la “cultura de la condenación y del juicio”, no podrá experimentar ninguna renovación ni avivamiento. Recuerda constantemente el amor de aceptación que Jesús nos ha mostrado y nos urge a lograr la “reconciliación” entre nosotros. Con frecuencia, recalca que allí donde se quiebran el amor y la paz, se debilita la esencia misma de la fe. Tanto Pablo como el pastor David Jang coinciden en que la iglesia no suele derrumbarse por persecuciones externas, sino más bien por la crítica y la división internas.
Romanos 14 ilustra de forma paradójica la amplitud con la que la iglesia debe acoger una gran diversidad de tradiciones y culturas. Para los judíos creyentes, la observancia de los días festivos era muy importante, mientras que los gentiles daban relevancia a sus propias festividades culturales. Pablo, sin apoyar a ninguno de los bandos, ofrece una perspectiva global. “El que hace caso del día, para el Señor lo hace; y el que no lo hace, para el Señor tampoco lo hace” (14:6). Lo que realmente importa es “para quién” hacemos las cosas. La iglesia, por tanto, debe tener un corazón lo bastante amplio para aceptar esa diversidad y, al mismo tiempo, afirmar el único evangelio en el que, unidos en amor, seamos uno. El punto de partida no debe ser la crítica o el desprecio, sino la aceptación de la insuficiencia del otro y la disposición a caminar juntos. Este es el prototipo del reino de Dios.
- Práctica de la fe y la restricción por amor para no hacer tropezar al hermano
En la segunda parte del capítulo 14 de Romanos (vv. 13-23), Pablo subraya la importancia de “no poner tropiezo al hermano”. En los versículos anteriores (1-12), hablaba sobre la necesidad de no juzgarse ni condenarse unos a otros, y ahora concreta: debemos cuidar que nuestras acciones —aunque sean en principio legítimas— no hagan caer a otros en la fe. En el versículo 13, Pablo dice: “No pongáis tropiezo u ocasión de caer al hermano”. Se refiere a que, si bien gozamos de libertad en aspectos como la alimentación o el calendario festivo, si estos pueden perjudicar la fe de alguien, lo correcto es moderar nuestro ejercicio de la libertad en aras del amor al prójimo.
En este contexto, cobra relevancia el término “adiáfora (adiaphora)”. Se refiere a aquellas cuestiones que, en sí mismas, no son intrínsecamente buenas ni malas, por lo que resulta difícil adjudicarles un valor moral absoluto. La historia de la Iglesia nos muestra que muchos debates han girado en torno a temas como la forma de los cultos, el estilo musical, la vestimenta o las costumbres culturales. Unos han insistido en el rigor y otros en la libertad; ambos bandos persiguen valores evangélicos, pero difieren en la metodología. Precisamente por ello, Pablo afirma: “Nada es impuro en sí mismo; sin embargo, si alguno piensa que algo es impuro, entonces para él sí lo es” (v. 14). En sí, comer o no comer no constituye un pecado, pero obligar a alguien a comer contra su conciencia, o despreciarle por abstenerse, sí puede convertirse en una ofensa.
Al explicar esta parte, el pastor David Jang suele emplear la frase: “El amor limita la libertad”. Lo que para uno no supone conflicto alguno, para otro puede ser motivo de tropiezo en su fe. El que ama de verdad no presiona al otro con un “No te preocupes, esto no es pecado, ¡hazlo!”, sino que, por el bien de la otra persona, está dispuesto a restringir su propia libertad. En 1 Corintios 8, Pablo afirma: “Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano” (v. 13). Aunque parezca algo extremo, ilustra el principio de libertad del apóstol: la clave no consiste en situar mi propia libertad por encima de todo, sino en “preservar la fe del hermano”. Pablo estaba dispuesto a renunciar a sus derechos y libertades cuando con ello podía evitar un daño a la fe de los demás.
En Romanos 14:15, Pablo escribe: “No hagas que tu hermano se pierda por causa de la comida, por quien Cristo murió”. Su advertencia es tajante: si insistes en imponer tus gustos o convicciones, hasta el punto de hacer tropezar al hermano, eso equivale a arruinar a alguien por quien Cristo entregó su vida. Hacer caer al prójimo puede compararse con desvanecer el sacrificio de Cristo. Por eso, los “fuertes” dentro de la comunidad deben practicar una consideración especial hacia los “débiles”. El término “fuertes” no significa solamente un “nivel superior de fe”, sino una “mayor amplitud para ejercer su libertad”. Sin embargo, no han de abusar de ella. Por ejemplo, si alguien se abstiene de comer cerdo porque cree que está mal, no debemos imponerle: “No pasa nada, ¡tienes que comerlo!”. Esa insistencia podría ser la “piedra de tropiezo” a la que se refiere Pablo. El amor inicia al preocuparse primero por “cómo se siente el otro” y se orienta a afirmarle y fortalecer su fe.
¿Cómo se aplica esto hoy en la vida de la iglesia? Dentro de la congregación coexisten diversos gustos, personalidades y contextos de fe. Hay quienes disfrutan cierto estilo de culto o expresiones culturales, y otros que pueden sentir una fuerte resistencia frente a ello. Cada cual piensa actuar “para el Señor”, y aun así surgen conflictos. En tales casos, la gran pregunta es: “¿Estamos dispuestos a limitar nuestra libertad en favor de la armonía y el orden en la comunidad?” Pablo dice en Romanos 14:19: “Así que sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”. En lugar de provocar discordias y disputas, los creyentes deben enfocarse en promover la paz y edificarse mutuamente. La esencia de la iglesia es mantenerse unida para la expansión del reino de Dios, y desatar divisiones por cuestiones de “comer y beber” está lejos del propósito divino.
La afirmación “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (v. 17) nos ayuda a comprender el corazón de esta polémica. No debemos causar tristeza ni tropiezo a los hermanos, ni sembrar discordia. El pastor David Jang, al predicar sobre este tema, a menudo destaca que lo que la iglesia necesita es la restauración del verdadero “shalom”. Cuando surgen tensiones, quejas y juicios por asuntos relacionados con la comida, festividades o procedimientos, la esencia del reino de Dios (caracterizada por justicia, paz y gozo) se ve empañada. Por tanto, Romanos 14 exhorta a abordar con mucha prudencia incluso las cuestiones más “insignificantes” si éstas pueden convertirse en tropiezo para la fe del otro. Como dice Pablo: “Todo es lícito, pero no todo edifica”. No debemos olvidarlo.
En los versículos 20-21, Pablo concluye: “Bueno es no comer carne ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece”. Así deja claro que, aunque la libertad cristiana es buena en sí misma, existe un bien superior: “la edificación y el gozo del hermano”. Debemos estar dispuestos a ceder nuestros derechos y libertades si amenazan con dañar la fe de nuestro prójimo. Finalmente, el versículo 23 remata: “El que duda acerca de lo que come, es condenado si come, porque no lo hace por fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”. Pablo insta a obrar “sin remordimiento de conciencia y conforme a la fe”. Ahora bien, no solo cuenta la propia conciencia, sino también la del otro. Incluso si algo no me plantea ninguna duda, si implica hacer tropezar a mi hermano, Pablo recomienda abstenerse. El amor de Cristo no busca sólo mi propio bien, sino la edificación de todo el cuerpo de la iglesia.
Esta ética práctica es distintiva de la comunidad cristiana. El mundo podría preguntarse: “¿Por qué tengo que preocuparme por los demás? Que cada uno se las arregle como pueda”. Pero en la iglesia se enseña que los creyentes no viven solo para sí mismos, sino que se cuidan mutuamente. El pastor David Jang denomina esto “la conciencia de la comunidad de la cruz”. Si recordamos el amor de Jesús que entregó su propio cuerpo, también la iglesia debe mostrar esa misma disposición de servicio y sacrificio. La situación de la iglesia primitiva, donde convivían las culturas gentil y judía y se daban fricciones, resulta muy ilustrativa para la iglesia de hoy, en un mundo sumamente plural. Pese a las diferencias de madurez en la fe, de tradición cultural o denominacional, la comunidad debe unirse en torno a la esencia del evangelio y avanzar en unidad. En tal proceso, “limitar la libertad por amor” se hace imprescindible.
- Exhortación final a servir a la comunidad y a acoger con amplitud a los gentiles
Del versículo 1 al 13 del capítulo 15 de Romanos, Pablo retoma y amplía la enseñanza del capítulo 14. En el 15:1, declara: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles y no agradarnos a nosotros mismos”. Se refiere a que hemos de ayudar a cargar los defectos del hermano y no buscar solo nuestra satisfacción. El amor de Cristo se hace visible en el servicio concreto. Para romper el círculo vicioso de críticas —unos acusando de libertinaje y otros de legalismo—, Pablo recalca la necesidad de ayudarse y edificarse mutuamente. El pastor David Jang también insiste en que atender y sostener al “débil” debería ser un distintivo inconfundible de la iglesia. En el momento en que la iglesia margina o condena al “débil”, se vuelve irreconocible el mensaje de Cristo. Si Jesús dio la vida por nosotros, pecadores, con mayor razón hemos de esforzarnos por el bienestar de los demás. En este fundamento teológico se apoya la enseñanza de Pablo.
En 15:4, Pablo señala que “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron”, refiriéndose al Antiguo Testamento como fuente de perseverancia y consuelo. Luego, en 15:5-6, expresa: “Y el Dios de la paciencia y de la consolación os conceda que tengáis el mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Aun en medio de la diversidad de voces —en la iglesia primitiva o en la iglesia moderna—, el anhelo supremo de Pablo es que todos, con un solo corazón y una sola voz, alaben a Dios. Ese mismo anhelo, de superar las disputas y ser uno en la alabanza a Dios, trasciende los tiempos y define la visión de la iglesia.
El clímax de esta enseñanza llega cuando en 15:7 y siguientes Pablo insta a “acoger con amplitud de corazón a los gentiles”. “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios” (v. 7). El conflicto entre judíos y gentiles era el gran problema de la iglesia de aquel tiempo. Los judíos presumían de ser “el pueblo escogido” que había recibido la Ley, mientras que los gentiles consideraban la Ley como una limitación innecesaria. Pablo, que vivió esa disputa en carne propia, aborda el tema en cartas como Efesios, Gálatas o Filipenses, insistiendo continuamente: “Ya no hay más divisiones, pues en Cristo somos un solo hombre nuevo”. Lo mismo en Romanos: en lugar de rechazar al gentil o despreciar al judío, les exige tener un corazón amplio para aceptarse unos a otros.
Para sostener su postura, Pablo apela a la profecía y su cumplimiento en el Antiguo Testamento. Los profetas anunciaron que la gloria de Dios llegaría no solo a Israel, sino hasta los confines de la tierra, y Cristo la extendió a todos los pueblos. Dios planeó una comunidad universal donde judíos y gentiles compartieran la salvación. Pablo respalda esto con citas de Salmos, Deuteronomio e Isaías (15:9-12). De este modo, el evangelio no se limita a una nación o cultura, sino que es la buena nueva de la gracia de Dios para todo el mundo. La iglesia no debe imponer ningún criterio cultural, étnico o religioso absoluto que excluya a otros, pues ello obstaculizaría la fuerza unificadora del evangelio. Por eso, el pastor David Jang llama a la iglesia de hoy a ser un espacio donde se reúnan personas de diferentes razas, lenguas y culturas. Si la iglesia se atiene tan solo a los parámetros de una cultura o clase social dominante, estaría limitando la amplitud y el poder incluyente del evangelio. Él aconseja que la pregunta que cada iglesia ha de hacerse es: “¿Estamos dispuestos a agradar al otro, aunque nos resulte incómodo, por el bien de la unidad?” Esto coincide plenamente con la exhortación de Pablo en Romanos 15:2: “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación”.
Cuando creyentes de culturas o costumbres diferentes llegan a la iglesia, los fieles de siempre pueden sentir cierto rechazo, y los recién llegados pueden ver obsoletos los usos y ritos tradicionales. Pese a ello, la iglesia ha de integrar a unos y otros, formando “un solo cuerpo” en Cristo. Esa es la conclusión de Pablo en Romanos 15, y resume el mensaje central de todas sus cartas: “la universalidad del evangelio”. Esta buena noticia es para todo el mundo. En la unidad en Cristo se desvanecen las barreras entre “tú” y “yo”, entre judíos y gentiles, entre “fuertes” y “débiles”. Esta “gran unidad” no es meramente externa. Se trata de una integración sustancial, en la que nos reconocemos y acogemos como hermanos y hermanas, formando “un solo cuerpo”. Pablo era consciente de que este proceso podía generar inevitables roces. Pero, a la luz del evangelio, podemos alumbrar y resolver los conflictos, para que la iglesia experimente la verdadera comunión.
El pastor David Jang a menudo menciona la “oración sacerdotal” de Jesús (Jn 17), recordando que antes de ir a la cruz, Cristo oró: “Padre, que sean uno, así como Tú y Yo somos uno”. Si en la iglesia prevalece la aceptación mutua en vez de la discordia, el mundo reconocerá en ello la presencia del Señor y dará gloria a Dios. En cambio, si la iglesia permanece bajo el dominio del individualismo y la crítica, con conflictos permanentes, el mundo la cuestionará: “¿Cómo pretendéis predicar el evangelio si ni vosotros mismos sois uno?” Pablo advierte en Romanos 14:16: “No permitáis que se hable mal de lo que para vosotros es bueno”. No debemos dar ocasión a que el mundo calumnie a la iglesia por causa de nuestras rencillas internas. Esa advertencia era urgente hace 2.000 años y continúa siéndolo hoy.
En conclusión, las enseñanzas de Pablo en Romanos 14 y 15 sirven como directrices esenciales para la iglesia contemporánea. Primero, Pablo exhorta a que en la comunidad, donde coexisten distintas raíces culturales y diferentes grados de fe, “no os juzguéis mutuamente, ni los fuertes desprecien a los débiles, ni los débiles desconfíen de los fuertes”. Segundo, quienes verdaderamente siguen a Cristo disfrutan de la “libertad” que el evangelio les da, pero han de estar dispuestos a “restringir” su libertad si pueden hacer tropezar a otros en la fe. Tercero, la iglesia ha de imitar el amor y el sacrificio de Cristo, llevando las cargas de los débiles y recibiendo a los gentiles con un corazón amplio, para la gloria de Dios. El pastor David Jang recalca que este es el fundamento inmutable del evangelio y el hilo conductor de toda renovación eclesial.
Tomando todo esto, es evidente que Romanos 14-15 describe una comunidad donde conviven como en una gran llanura diversas criaturas, tan diferentes, y aun así coexistiendo en armonía. En un pastizal abundante, ni siquiera el león, el más fuerte, puede hacer algo si está herido o enfermo; tarde o temprano, se derrumba. De igual modo, la iglesia no solo sufre por amenazas externas, sino también por la acumulación de conflictos y críticas internas, que pueden llevarla a la autodestrucción. Por ello, la mejor manera de que la iglesia se mantenga sana es escogiendo defender y sostener a quienes son distintos o considerados más débiles, en vez de juzgarlos. Allí es donde se manifiestan la “justicia, la paz y el gozo” y, a través de esa comunidad, Dios extiende el evangelio al mundo.
El pastor David Jang suele ilustrar este principio con un ejemplo familiar: cuando los hijos se pelean, los padres nunca toman partido por uno y desechan al otro, pues ambos son valiosos para ellos. El padre prefiere que se reconcilien y se entiendan. Del mismo modo, en la iglesia, Dios nos dice: “Sois mis hijos; no os critiquéis ni os despreciéis, sino amad y respetad al otro”. Vivir según esa verdad es seguir los pasos de Jesucristo y glorificar a Dios. El problema de la observancia de las normas alimenticias y las festividades no se limita al pasado; se refleja hoy en conflictos denominacionales, culturales o generacionales dentro de la iglesia. Así, la exhortación de Pablo a “aceptarse mutuamente” es más necesaria que nunca.
Por último, Romanos 15:13 presenta la bendición final: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en vuestra fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. La vida cristiana no consiste en negar los conflictos o hacer componendas superficiales, sino en sobrellevar las tensiones con el poder del evangelio para alcanzar la paz y el gozo final. Si la iglesia no experimenta ese gozo y esa paz, podría ser porque persiste una cultura de “juicio, sospecha y desprecio” en su interior. Siguiendo las enseñanzas de Pablo y el llamado constante del pastor David Jang a “amarnos y aceptarnos mutuamente”, la iglesia puede abrazar su diversidad y, al mismo tiempo, alcanzar la unidad (unidad en la diversidad). Cuando el mundo vea esa comunión, dará gloria a Dios y aquellos que estaban alejados se acercarán a Cristo. Si la iglesia, en lugar de buscar el progreso individual, se decide a restringir su libertad por el bien de todos, entonces el mundo, a través de la iglesia, hallará reconciliación y sanidad.
En definitiva, tanto en la época de Pablo como hoy, el evangelio impulsa la misma convicción básica: en lugar de juzgar al hermano, hemos de aceptarlo; mientras ejercemos nuestra libertad, debemos limitarla por amor para no hacerlo caer; y hemos de acoger a los débiles y “extranjeros” con verdadera amplitud de corazón. Este es el núcleo de la santidad que distingue a la iglesia del mundo. Recordar que todos compareceremos ante el tribunal de Dios (Rom 14:10) nos ayuda a vivir según esta verdad. El camino para que la iglesia experimente “justicia, paz y gozo” no pasa por la crítica y la división, sino por una aceptación mutua que desemboca en el gozo genuino del evangelio. Este es el mensaje que el pastor David Jang reitera constantemente, y constituye el sendero donde la iglesia debe ser renovada y profundizar su misión.
Por tanto, los tres bloques de enseñanza —“no juzgar sino aceptar en el Señor” (Romanos 14), “no hacer tropezar al hermano” (final de Romanos 14) y “servir al débil y acoger con amplitud al gentil” (Romanos 15)— son actitudes de vida ineludibles para la comunidad eclesial. Los conflictos son inevitables, pero el espíritu del evangelio nunca avala un juego de competencia o desprecio mutuo. En múltiples pasajes del Nuevo Testamento, se ve que la verdadera iglesia se caracteriza por la edificación y el servicio recíproco, no por la destrucción. Debemos rescatar esta enseñanza para que, ante la diversidad y los conflictos modernos, podamos lograr, “en el Señor”, una verdadera unión. Y esperamos que, a través de ese fruto tangible, el mundo confiese: “En verdad, Dios está entre ellos”. Cuando la iglesia, en lugar de perseguir el interés propio, está dispuesta a restringir su libertad para edificar a los demás, el mundo verá en ella la luz de la reconciliación y la sanidad.
Finalmente, la situación que enfrentaba Pablo hace 2.000 años no difiere de la nuestra en lo que se refiere a la demanda esencial del evangelio. En vez de juzgar al hermano, hay que aceptarlo; en vez de insistir en mi libertad, se debe restringir por amor cuando así convenga; además, es crucial servir al más débil y dar la bienvenida al forastero. Ese es el meollo de la santidad que marca la diferencia entre la iglesia y el mundo, recordando siempre que un día “todos estaremos ante el tribunal de Dios” (Rom 14:10). Y solo cuando, en vez de escoger la crítica y la división, optamos por la aceptación mutua y compartimos el gozo del evangelio, la iglesia puede experimentar realmente la “justicia, la paz y el gozo” de los que hablaba Pablo. Ese es el tema central en muchas de las predicaciones y enseñanzas del pastor David Jang, y también el camino del evangelio que la iglesia necesita recuperar.
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