La Cruz y la Salvación – Pastor David Jang



1. Jesús el Cristo crucificado

El evento de la cruz de Jesucristo puede considerarse el centro y el punto culminante de la fe cristiana. El pasaje que comienza en Juan 19:18 describe con detalle cómo Jesús fue llevado al monte Gólgota, clavado en la cruz junto a dos ladrones y sometido a un sufrimiento atroz. Según el texto, Jesús fue crucificado en medio de ellos, lo cual evidencia de manera contundente la obra redentora de Jesús que carga con los pecados de la humanidad. La imagen de Jesús, el Hijo todopoderoso de Dios, ocupando la posición más humillante y trágica entre los pecadores, resulta impactante y encierra profundas implicaciones espirituales.

Interpretando este pasaje, el pastor David Jang observa que el evento de la cruz de Jesús no es meramente una “derrota” ni queda limitado a una tragedia. El texto menciona que Pilato mandó escribir la frase “Rey de los judíos” en hebreo, griego y latín, y colgarla allí, mostrando la providencia soberana de Dios para que la noticia se difundiera no solo entre los judíos, sino también entre los griegos y los romanos. De esta manera, se ve reflejada la realidad de que Jesús no es únicamente el Rey de los judíos, sino el Mesías que trae salvación a toda la humanidad. El pastor David Jang enfatiza este punto, subrayando que la obra salvadora de Jesús no se limita a un solo pueblo o clase social. La sentencia de Pilato, quien proclamó de manera irónica que Jesús era el “Rey de los judíos”, acabó anunciando, contra su voluntad, la majestad y la verdadera identidad de Jesús.

Aun cuando Pilato fuera culpable de entregar a muerte a un inocente, la inscripción “Rey de los judíos” que él se empeñó en mantener refleja el auténtico ser de Jesús. Su frase “Lo que he escrito, he escrito” evidencia cómo Pilato, sin saberlo, sirvió de herramienta en el plan redentor de Dios. El pastor David Jang señala esta ironía como un testimonio de la soberanía divina. Incluso los aparentes “accidentes” de la historia o las decisiones arrogantes de los poderosos terminan por conducir, inevitablemente, a la finalidad que Dios ha trazado.

De esta manera, proclamado como “Rey de los judíos”, Jesús soporta en la cruz toda clase de burlas y sufrimientos para cargar con el pecado del mundo. La mayoría de los discípulos había huido, quedándose solo unos pocos, entre ellos algunas mujeres y el discípulo amado Juan. En contraste, los soldados romanos se repartieron las pertenencias de los crucificados, como si fuera un botín. En particular, apostaron incluso la “túnica tejida de una sola pieza” que aún poseía Jesús. A primera vista, parece una simple sustracción de los bienes de un condenado, pero desde una perspectiva espiritual expone de manera contundente la avidez humana. El Señor se vació por completo de todo por nosotros los pecadores, mientras el mundo, por otro lado, se peleaba por su última prenda.

El pastor David Jang ve en esta escena un “espejo” que nos confronta tanto a la iglesia como a la vida interior del cristiano. Reconoce que no siempre la iglesia y los creyentes actúan con humildad y negación de sí mismos frente a la cruz. Incluso en la comunidad eclesial pueden aflorar la ambición y la competencia por obtener más posesiones, mayores puestos o reconocimientos. Así, el comportamiento codicioso de los soldados romanos descrito en Juan 19 no es solo un suceso del pasado, sino una advertencia para la iglesia de hoy. El pastor David Jang nos insta a examinarnos a nosotros mismos. ¿Acaso seguimos aprovechándonos de la fe para fines meramente mundanos, en vez de contemplar profundamente el sufrimiento y la compasión de Cristo bajo la cruz?

Por otra parte, el texto menciona que cuatro mujeres permanecieron junto a la cruz de Jesús, sin huir presas del miedo. Ellas eran la madre de Jesús, su tía, María esposa de Cleofás y María Magdalena. Aquella escena no fue solo motivo de dolor, sino también un lugar aterrador, custodiado por soldados romanos que ejecutaban sin piedad. Sin embargo, estas mujeres se aferraron a la cruz y contemplaron a Jesús con amor. Aunque podrían haber huido como Pedro, su amor fue más fuerte que el miedo. El pastor David Jang señala que este es un modelo fundamental para los creyentes de hoy. El camino de la cruz implica sufrimiento, pero cuando se conoce el amor de Cristo, no se vuelve atrás. Estas mujeres, al quedarse en el momento más extremo, simbolizan el coraje y la entrega que la iglesia debe imitar.

Meditando en este pasaje, entendemos mejor cómo Jesús, Rey y Sacerdote a la vez, bajó al lugar más humilde. En el Evangelio de Juan, Jesús hace referencia en varias ocasiones a sí mismo como el “buen pastor que da su vida por sus ovejas” (véase Juan 10). Efectivamente, dio todo de sí hasta llegar a la circunstancia de perder incluso la prenda interior que vestía. El amor que Jesús demostró al cargar con el pecado de todo el mundo en la cruz supera cualquier acción moral de esta tierra. Se trata del sacrificio perfecto por los pecadores, una actuación dramática de la redención divina. El pastor David Jang invita a reflexionar en esta “ironía” de Jesús como el Rey más grande, que sin embargo se vació por completo adoptando la forma de un siervo.

Otro punto a destacar es el detalle que menciona Juan acerca de la túnica de Jesús, tejida “de arriba abajo, de una sola pieza”. Esto nos remite a la vestimenta que usaban los sacerdotes, en especial el sumo sacerdote en el antiguo Israel, cuyo ropaje simbolizaba la consagración total a Dios. El pastor David Jang recalca que el hecho de que la túnica de Jesús fuera una sola pieza apunta a la verdadera función de Jesús como Sumo Sacerdote, quien cumplió plenamente la redención a través de su muerte. Aunque externamente su deceso pareciera miserable, espiritualmente marcaba el momento más grandioso en el cumplimiento de su sagrada misión. Mientras tanto, los soldados romanos, sorteando aquella vestidura, representan la codicia y la indiferencia humanas en su forma más cruda.

La escena del sorteo de los soldados muestra la máxima expresión de indiferencia hacia Jesús y de desenfreno mundano. Por causa de su codicia, son incapaces de reconocer al verdadero Rey y ven en su túnica solo un bien aprovechable. Actuar con tal frialdad ante la gracia divina en el momento más crucial equivale a un ultraje a Dios. Sin embargo, para quienes contemplan correctamente el suceso de la cruz, esta imagen no solo es impactante sino que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia realidad. Jesús ya nos concedió todo, sin guardarse nada, consumando así la salvación. Él es la clave y el ejemplo perfecto para superar la avaricia y el afán de posesiones.

El contraste entre la declaración oficial de Pilato –“Rey de los judíos”– y el despojo total de Jesús en la cruz encarna una paradoja: Jesús es Rey, pero lo pierde todo; es el Sumo Sacerdote santo, pero muere como un preso acusado de los peores crímenes; tiene todo poder, pero se deja escarnecer entre la multitud. El pastor David Jang explica que es precisamente esta paradoja espiritual la esencia del evangelio que debemos sostener a través del evento de la cruz. La cruz no fue la derrota de Jesús, sino su victoria definitiva, la máxima expresión de amor hacia toda la humanidad.

De esta manera, el punto central de la teología de la cruz que destaca el pastor David Jang consiste en que Jesús, siendo sin pecado, descendió al lugar de los pecadores y se ofreció como sacrificio perfecto para reconciliar a Dios con la humanidad. La imagen de “El Dios crucificado” que describe el Evangelio de Juan refleja el valor central y la identidad que los cristianos han de encarnar en su misión y ministerio. En un mundo que persigue poseer más, mejores condiciones y comodidades, la iglesia y los creyentes están llamados a recorrer el camino opuesto: el camino de la cruz que siguió el Señor, abandonando la codicia y el orgullo, y dependiendo solo de la gracia y el amor de Dios.

Por eso, el pastor David Jang enseña que siempre hemos de regresar bajo la cruz y contemplar la escena con viveza. El sorteo de los soldados romanos no es un acto de barbarie ajeno a nosotros, sino un suceso que puede repetirse hoy en la iglesia y en la vida de los creyentes. Tenemos que examinar si, de alguna manera, hemos transformado la cruz en un instrumento para nuestros propios “planes de posesión y codicia”. A la vez, la imagen de Jesús que entrega todo hasta no dejarse nada nos levanta en la fe y despierta en nosotros el anhelo de asemejarnos a Él. Según el pastor David Jang, esto no se reduce a “no poseer” o a la mera “austeridad”, sino a estar dispuestos a darnos por entero y a participar en el sufrimiento de quienes más lo necesitan.

El escenario de la cruz, donde el Hijo de Dios se encuentra entre dos ladrones y muere en el lugar más degradante a pesar de ser el más puro, está plagado de ironías. En estas paradojas, los que éramos pecadores redescubrimos la gracia de Jesús que nos salva. El pasaje, con sus escenas contradictorias, resalta aún más la soberanía y el amor absolutos de Cristo. Esa misma entrega conecta con la fidelidad de las mujeres que se mantuvieron hasta el final junto a la cruz, mostrando un amor y una entrega ejemplares. El pastor David Jang insiste en que la iglesia debe aprender de la fe genuina y el amor sacrificado de estas mujeres. Solamente el amor expulsa el temor y hace que, incluso en el más profundo dolor de la cruz, no nos apartemos del Señor.

Juan 19 nos muestra cómo la crucifixión de Jesús cumple la profecía de las Escrituras (por ejemplo, el Salmo 22) y culmina el santo propósito de Dios, logrando la salvación perfecta. El pastor David Jang subraya que el camino por el cual Cristo descendió, vaciándose y entregándolo todo, constituye la verdadera victoria y la vocación sagrada que hemos recibido. Ni la decisión política y forzada de Pilato, ni la codicia de los soldados romanos, ni los gritos insensibles de los líderes judíos pudieron detener el plan redentor de Jesús. La cruz, donde se proclamó que Jesús era “el Rey de los judíos”, trasciende cualquier astucia política o ambición mundana, revelándose como el símbolo máximo de la verdad.

Al contemplar así a Jesús crucificado, comprendemos su entrega absoluta y los valores del reino de Dios. Y nos percatamos de que también nosotros debemos andar por ese camino. El pastor David Jang proclama que el camino de la cruz de Jesús es la fuente de gracia que mantiene viva a la iglesia. El mundo todavía nos distrae y fomenta la codicia y el egoísmo; sin embargo, quien fija la mirada en la cruz recibe el amor, la humildad, el sacrificio y la entrega del Señor. El Hijo de Dios, sin pecado, padeció el tormento entre ladrones para librarnos, como si fuéramos ladrones pecadores. Ese mensaje evangélico sigue vigente hoy. Por ello, debemos aferrarnos a este evangelio y acercarnos a la cruz, pues el pastor David Jang recalca que el don más valioso que la iglesia puede ofrecer al mundo es precisamente la obra sagrada del sacrificio de Cristo.


2. La Cruz

La muerte de Jesús en la cruz aconteció hace dos milenios, pero continúa ejerciendo una influencia profunda en la iglesia y en los cristianos de hoy. En la sociedad actual, impregnada de materialismo e individualismo, hasta la iglesia puede tambalear ante la marea de la secularización. En este contexto, el pastor David Jang enfoca la escena de la cruz que aparece en Juan 19:18 y siguientes para recalcar los valores esenciales que la iglesia y los creyentes deben sostener. Resume la enseñanza espiritual de la cruz en dos aspectos: primero, el amor de Dios, que se vacía a sí mismo y se sacrifica por nosotros, es la esencia de la salvación; segundo, ese amor debe expresarse en acciones concretas en la vida cotidiana.

Ante todo, la crucifixión nos muestra la conmovedora paradoja de que “el Hijo de Dios fue crucificado con ladrones”. Jesús fue condenado como pecador, pero en realidad estaba llevando los pecados de aquellos ladrones y de toda la humanidad. Si aplicamos esta situación aparentemente contradictoria a la iglesia de hoy, vemos que a menudo la iglesia es objeto de burla y críticas en medio del mundo. No obstante, precisamente en esos momentos debe manifestar la esencia del evangelio. El pastor David Jang sostiene que cuando la iglesia exhibe la “teología de la cruz” en medio del mundo, incluso “pecadores semejantes a ladrones” pueden descubrir la puerta de la salvación.

El problema es que con frecuencia la iglesia olvida el “espíritu de la cruz” y cae en la tentación de buscar prosperidad material, influencia externa o alianzas con el poder. Esto no difiere mucho de los soldados romanos que, al pie de la cruz, hicieron apuestas para repartirse la ropa de Jesús. Muchos confesamos buscar la gracia del Señor y proclamar nuestra fe, pero en la práctica nos preguntamos “¿cómo podría obtener un beneficio mayor?” o “¿cómo ampliar mi posesión y mi prestigio?”. El pastor David Jang advierte que la imagen de los soldados que pelean por la túnica de Jesús no es algo ajeno a las prácticas que aún surgen en la iglesia moderna.

El pastor David Jang señala además que Jesús nunca usó métodos mundanos para ejercer su reinado ni procuró amasar riqueza. Más bien, como Rey al estilo divino, se humilló en forma de siervo y, al final, sin poseer nada, aceptó la muerte más vergonzosa, cumpliendo así la obra de la redención de Dios. Esto confronta a la iglesia y a los creyentes, llamándolos a recuperar la “espiritualidad de la cruz”. Nos proclamamos discípulos de Jesús, pero a veces vivimos según las reglas de éxito y prosperidad de este mundo, adoptando una actitud dual. Sin embargo, Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16:24). Esta es la actitud que se exige a la iglesia y a los creyentes.

Así, la cruz, símbolo de oprobio, vergüenza e incluso de muerte, es también el punto de partida de la esperanza de la resurrección y el renuevo de la vida cristiana. El pastor David Jang afirma que sin cruz no hay resurrección, y sin negarnos a nosotros mismos no podemos disfrutar de la vida nueva. Por tanto, la comunidad de fe que sigue a Jesús ha de meditar siempre en el amor de la cruz y llevarlo a la práctica. Únicamente de esa manera la iglesia puede ser sal y luz en el mundo. Jesús fue colgado entre ladrones, ridiculizado por los soldados romanos y llamado “el que dice ser Rey de los judíos” por la multitud. Pero aun en medio de tanta humillación, el Señor no respondió con venganza ni juicio, sino que oró en silencio por el perdón. “Padre, perdónalos”, es una declaración de amor incomprensible desde la perspectiva humana.

Aplicado a la realidad actual de la fe, vemos que la iglesia con frecuencia genera disputas y divisiones por asuntos insignificantes, se niega a perdonar y responde con enfrentamientos, sin seguir el mandamiento de amor de Jesús. El pastor David Jang subraya la razón por la que la cruz debe ocupar un lugar central en la iglesia. Esta no puede verse como un simple ornamento o símbolo religioso, sino que ha de operar como un poder real que promueve transformaciones, reconciliaciones y perdón. Esa es la fuerza verdadera de la cruz, y así la iglesia ejerce un impacto positivo en el mundo.

Del mismo modo, a través de la presencia de las mujeres que se mantuvieron hasta el final al pie de la cruz, la iglesia aprende que “el amor es lo que permanece”. Aun en un entorno peligroso, ellas no huyeron. La madre de Jesús, la tía de Jesús, María esposa de Cleofás y María Magdalena representan un amor que superó el temor y las condujo a vivir una experiencia de primera mano con el Señor resucitado. Cuando la iglesia conserva este espíritu de amor, puede dar testimonio de la resurrección a pesar de la burla y la oposición del mundo. Para el pastor David Jang, es precisamente este principio –“el amor vence al miedo”– el que posibilita a la iglesia resistir la tentación de secularizarse y aferrarse al núcleo del evangelio.

Si las actividades y los cultos de la iglesia son grandes y ostentosos, pero carecen del espíritu de la cruz, difícilmente conmoverán el corazón de la gente y no se manifestará el poder de Dios. El mundo sigue buscando “el amor genuino” en medio de la confusión, y ese amor brota de la imagen de Jesús, quien en la cruz entregó todo. Así, la cruz no es un mero relato de muerte y violencia del pasado. Mientras exista la iglesia, la cruz nos confronta con nuestro pecado y, a la vez, nos llama a escoger la reconciliación y el amor. Del mismo modo que los soldados y los líderes religiosos se burlaron de Jesús hasta el final y lo despojaron de su ropa, también hoy la iglesia y los cristianos podemos padecer injusticias y burlas. Sin embargo, ese es el momento oportuno para mostrar un camino distinto al del mundo. No se trata de imitar a los soldados romanos en su “lotería” por la ropa de Jesús ni de incrementar nuestro beneficio, sino de seguir silenciosamente el sendero de amor de Jesús y participar del dolor de otros.

El pastor David Jang denomina esto “el discipulado en forma de crucifixión”. Es decir, el discipulado cristiano no se basa en reinar ni en dominar, sino en vaciarnos de nosotros mismos, compartiendo las penas del mundo y practicando el amor sacrificado. En este sentido, la cruz encarna el modelo más alto de discipulado. Supone un proceso de sufrimiento donde negamos nuestro egoísmo, pero también conlleva la gloria de la resurrección. Participar de ese proceso es el “camino sagrado” y la misión que recae en la iglesia.

En sus predicaciones y escritos, el pastor David Jang describe cómo puede la iglesia aplicar el mensaje de la cruz en un contexto contemporáneo. En una sociedad donde predominan la competencia y el afán de riquezas, exhorta a que la iglesia dé prioridad a los débiles y necesitados, destinando sus recursos a aliviar su sufrimiento en vez de invertir solo en edificios o eventos llamativos. Asimismo, insta a no buscar alianzas con el poder político ni tratar de imponer una influencia mundana, sino a adoptar la actitud humilde de Jesús, de servir a otros y promover una cultura de respeto. Esto es la encarnación práctica de la espiritualidad de la cruz.

Hoy la iglesia afronta múltiples desafíos: la juventud se aleja de las congregaciones, proliferan el posmodernismo, la pluralidad ideológica y la relatividad de valores, y la influencia de la iglesia parece menguar. Pero el pastor David Jang enfatiza que la verdadera fuerza de la iglesia no procede de consignas o programas espectaculares ni de pactos con el poder temporal. Más bien, la iglesia que se mantiene fiel al evangelio, que se humilla ante la cruz y practica el amor de Cristo, es la que puede transformar el mundo. Esto ha ocurrido una y otra vez en la historia cuando comunidades centradas en la cruz han actuado de manera efectiva como sal y luz.

Por ello, la comunidad cristiana debe ejercitar la contemplación diaria de la cruz. Este símbolo implica reconocer que somos pecadores y que Jesús murió en nuestro lugar. Y, gracias a ese amor, hallamos la capacidad de perdonar y amar a los demás. El pastor David Jang señala que muchos de los problemas de la iglesia provienen de haber descuidado la esencia espiritual de la cruz. Antes de emprender cambios en estilos de culto, programas o estructuras, lo primero a recobrar es la teología de la cruz.

La presencia de las mujeres al pie de la cruz, que se mantuvieron fieles cuando los demás se dispersaron, recuerda a los cristianos la auténtica “identidad de la iglesia”. En aquel tiempo, las mujeres eran consideradas socialmente débiles y no gozaban de derechos legales plenos. Sin embargo, su valentía y devoción las convirtió en testigos principales de la crucifixión y, posteriormente, de la resurrección. Asimismo, en la actualidad, la iglesia manifiesta el espíritu de la cruz cuando acoge y acompaña a quienes están marginados, a los indefensos y a quienes tienen escasa voz, poniéndose de su lado y abriéndose a sus sufrimientos. El pastor David Jang insiste en que la iglesia no debe limitarse al culto dentro de sus paredes, sino salir a llorar con los que lloran y socorrer a los que están abandonados.

El mensaje que la crucifixión nos da hoy es claro: la iglesia debe inspirarse en la cruz de Jesús, basada en la entrega total y el amor. Aunque surjan conflictos internos, la comunidad ha de mirar la cruz, buscando la reconciliación y el perdón mutuo. Y si el mundo ridiculiza y persigue a la iglesia, debemos imitar la humildad de Cristo que cargó la cruz, conscientes de que en esa senda está la vida. Cuando la iglesia se rebaja a sí misma para servir y amar, ahí encuentra el canal a través del cual muchos serán conducidos al evangelio. El pastor David Jang concluye que la “vía de la cruz” sigue desplegándose con fuerza hoy, trayendo salvación a la humanidad.

Por tanto, al meditar en la pasión y muerte de Jesús según Juan 19, es urgente renunciar a nuestra codicia y egoísmo, y adoptar la mente de Cristo. Muchos discípulos huyeron ante la prueba, pero las mujeres fieles se quedaron con Jesús al pie de la cruz. Del mismo modo, si la iglesia actual conserva el amor de la cruz, aunque reciba críticas y enfrentamientos, también participará de la gloria de la resurrección. Este es el mensaje que el pastor David Jang transmite.

La crucifixión concentra la esencia del evangelio cristiano, revelando simultáneamente la realeza y el sacerdocio de Jesús. Sin embargo, esta sorprendente redención se consumó en medio de la crueldad de los soldados romanos y de la insensibilidad de los líderes religiosos judíos. Esto sirve de guía para la iglesia y los creyentes, a fin de entender cómo practicar la santidad y el amor en un mundo lleno de pecado. En lugar de pactar con las fuerzas del mundo o de escondernos por temor a la burla, debemos seguir a Jesús bajo la cruz, compartiendo su gracia que dio vida a quienes eran como ladrones. Para el pastor David Jang, “una iglesia revestida de la espiritualidad de la cruz es, en definitiva, la única que puede transformar el mundo”.

La cruz implica lágrimas, dolor e incluso muerte, pero a la vez abre la puerta de la resurrección y la esperanza. Ser cristiano consiste en vivir con la mirada puesta en la cruz. Y ser una iglesia auténtica se basa en priorizar la filosofía de la cruz en cada actividad y ministerio. Bajo la cruz, no imitamos a los soldados peleando por la túnica, ni a los gobernantes que calculan ventajas políticas. Quedamos cautivados por el amor de Dios y llegamos a valorar a las almas por las que Cristo derramó su sangre, permaneciendo a su lado incluso en la angustia.

Según la enseñanza del pastor David Jang, la cruz es tanto el “punto de partida espiritual” de la iglesia y de los creyentes, como el lugar al que debemos volver constantemente. Es el punto de partida porque allí recibimos el perdón de los pecados y la salvación; y es un regreso continuo porque, aun cuando nos proponemos negarnos y seguir los pasos de Jesús, a menudo tropezamos y caemos. Sólo la fuerza de la cruz puede levantarnos de nuevo. El mundo está lleno de ladrones y soldados codiciosos, gente que se proclama rey, pero el amor redentor que Jesús mostró sigue vivo, y llama a los pecadores a la salvación.

De ahí que la iglesia deba volver siempre a la centralidad de la cruz, anunciando y practicando el amor sacrificado, sin perder la esperanza de la resurrección. La túnica sin costura que arrebataron a Jesús puede verse como un símbolo de su propio cuerpo, roto y desgarrado por nosotros. Gracias a ese cuerpo partido y a esa sangre vertida, nosotros fuimos salvados. Ante esta realidad, la iglesia no puede aferrarse a lo suyo ni pelear por posesiones. Si el Señor se dio a sí mismo por completo, nosotros también hemos de compartir, entregar y amar.

El pastor David Jang resume la madurez espiritual de la iglesia a la luz de la crucifixión en dos pilares: primero, la “gracia” de reconocer que el sacrificio total de Jesús redimió nuestro pecado; y segundo, el “discipulado” que surge de haber recibido esa gracia y que se refleja en la práctica del amor. Quien experimenta la gracia termina extendiéndola también a otros. Esta es la misión esencial de la iglesia.

Por tanto, la crucifixión sostiene nuestra fe y orienta a la iglesia en su manera de actuar en el mundo. El pastor David Jang insiste en que no dejemos pasar este mensaje fundamental que yace en la cruz. Sólo así la iglesia trasciende su naturaleza de mera institución religiosa y se convierte en un canal vivo del poder de Dios que sana y da vida. La escena final de Jesús entre ladrones, en silencio y sin justificar nada, muestra un amor conmovedor que culmina en la salvación cuando, por fin, hasta su última prenda le fue arrancada. Tal hecho sigue siendo la fuente de nuestra restauración y renovación espiritual hoy.

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