
Introducción
La frase “Todo se ha cumplido” (en griego, Tetélestai) figura entre las expresiones más relevantes de la historia cristiana, en la cual encontramos la culminación de la obra salvífica de Jesús en la cruz. El Evangelio de Juan (19:30) presenta estas palabras como las últimas que Jesús pronuncia antes de entregar el espíritu, pero su significado no se limita a un simple anuncio de “término”. Más bien, nos revela la plenitud de un plan divino trazado desde antes de la fundación del mundo, que culmina precisamente en ese lugar de aparente derrota y sufrimiento. De manera asombrosa, la cruz se convierte en el escenario de la victoria absoluta de Dios sobre el pecado, la muerte y las tinieblas.
El pastor David Jang, en su enseñanza, subraya que esta declaración encarna el corazón del evangelio cristiano, siendo la síntesis de la salvación ofrecida por Dios a la humanidad. La crucifixión, leída meramente con ojos humanos, podría interpretarse como un fracaso. Sin embargo, desde la perspectiva de la fe, se traduce en el acontecimiento más trascendental de la historia, donde se cumple cada promesa y profecía, y se sella el pacto eterno entre Dios y el hombre.
En el siguiente ensayo, dividido en tres grandes subtemas, se profundiza en:
- El significado de “Todo se ha cumplido” proclamado en medio de la desesperación de la cruz.
- La profecía bíblica y la consumación de la salvación: el hisopo, el Cordero pascual y la sangre del Señor.
- El Señor que se exaltó al humillarse y la gloria de quienes siguen ese camino.
Cada sección abordará, a lo largo de un análisis amplio, el trasfondo histórico, bíblico y teológico que subyace a este evento, integrando reflexiones sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, así como ciertas implicaciones prácticas para la vida del creyente contemporáneo. El objetivo es no solo comprender intelectualmente la afirmación “Todo se ha cumplido”, sino también vivirla en la fe y el testimonio cristiano, de modo que el mensaje de la cruz sea cada vez más central en nuestra experiencia espiritual.
SUBTEMA 1. EL SIGNIFICADO DE “TODO SE HA CUMPLIDO” PROCLAMADO EN MEDIO DE LA DESESPERACIÓN DE LA CRUZ
1.1. “Tetélestai”: significado lingüístico e histórico
La famosa expresión “Todo se ha cumplido” procede del texto griego tetelestai (Τετέλεσται), que pertenece al verbo `teleō` (τελέω). Este verbo connota en su raíz la idea de “llevar algo a su fin”, “consumar” o “completar una tarea”. Históricamente, se ha observado que esta palabra también se usaba en transacciones comerciales, para indicar que una deuda había sido “completamente pagada” o “liquidada”. Por lo tanto, cuando Jesús pronuncia tetelestai, se hace referencia tanto al cumplimiento de la misión encomendada por el Padre como al pago completo de la deuda del pecado humano.
Este matiz comercial (“pagado por completo”) es sumamente significativo desde la perspectiva teológica, pues conecta la crucifixión con la economía de la salvación. El pastor David Jang enfatiza que la humanidad, esclavizada por el pecado, acumuló una deuda imposible de saldar con sus propias fuerzas. Sin embargo, Cristo —por medio de su muerte expiatoria— satisface esa deuda, ofreciendo así la única vía para la reconciliación con el Padre. Tetélestai se convierte, por ende, en un grito de victoria y liberación.
1.2. La apariencia de la derrota y la realidad celestial
El Evangelio de Juan es el único que registra explícitamente la frase “Todo se ha cumplido” (Jn 19:30). Los Evangelios sinópticos describen el momento de la muerte de Jesús de forma breve, mencionando que “clamando a gran voz, entregó el espíritu” (Mt 27:50; Mc 15:37; Lc 23:46). Juan, en cambio, añade el contenido de ese clamor final, subrayando que se trata de un instante de triunfo, no de derrota. A ojos humanos, la crucifixión era el fin más ignominioso, una exhibición de vergüenza pública y un castigo reservado para los peores criminales. Desde la lógica mundana, eso solo podía interpretarse como un fracaso atroz.
No obstante, el evangelista Juan, y con él la tradición cristiana ulterior, afirman que en la cruz se da la entronización de Jesucristo como Rey victorioso. El madero que se pretendía usar para humillarlo pasa a ser su trono. En la hora de mayor oscuridad, se produce la luz más resplandeciente de la historia: la victoria sobre el pecado y la muerte. David Jang resalta que este aspecto paradójico —la debilidad aparente que esconde la mayor fortaleza— es una constante en la revelación de Dios. La sabiduría divina se burla de la sabiduría humana, y el plan salvífico del Padre se ejecuta de un modo que nadie esperaba.
1.3. La dimensión profética y el Salmo 69: “Tengo sed”
En Juan 19:28-29, leemos que Jesús dice: “Tengo sed”. Este detalle no es anecdótico, sino que se vincula con las profecías del Antiguo Testamento, particularmente con el Salmo 69:21: “Dieron también hiel por mi comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”. Antes de ser llevado al Gólgota, a Jesús se le ofreció vino mezclado con hiel (Mt 27:34), que él rechazó, probablemente para no mitigar el dolor que debía asumir en totalidad. Sin embargo, al final, cuando dice “Tengo sed”, le acercan vino agrio (vinagre). Este acto constituye el momento final de la obediencia total de Cristo, en el cual todas las profecías se cumplen paso a paso.
El pastor David Jang observa que, incluso en su muerte, Jesús se preocupaba de que cada palabra bíblica fuese consumada. Su fidelidad absoluta a la Escritura subraya la precisión con que Dios había diseñado el plan de salvación. No existía nada improvisado. La cruz no fue un simple suceso accidental en la vida de un profeta marginado; fue el lugar exacto donde debía sellarse la historia de la redención, tal y como había sido anticipado desde tiempos antiguos.
1.4. La humillación suprema que refleja la gloria suprema
El apóstol Pablo, en la carta a los Filipenses, describe el vaciamiento (la kenosis) de Cristo (Fil 2:5-11). Allí se subraya cómo Jesús, siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esta humillación máxima se convierte en la causa de su exaltación posterior, de modo que “Dios lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”.
Al proclamar “Todo se ha cumplido” en la cruz, Jesús consuma justamente esa obediencia perfecta al Padre. La crucifixión no es un accidente histórico, sino la expresión máxima de la fidelidad de Cristo y del amor de Dios por el mundo. Lejos de ser un mero desenlace trágico, el pastor David Jang recalca que es el punto central de la historia, el clímax de la misión redentora. Por ello, la Iglesia primitiva, lejos de esconder la cruz, la exhibió como su núcleo teológico y su proclamación más noble, llegando a afirmar con San Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Co 1:23).
1.5. El testimonio de la resurrección anticipada en el mismo acto de la muerte
La declaración “Todo se ha cumplido” se combina con la esperanza de la resurrección. Para los discípulos, y en particular para Juan, no había duda de que la historia no terminaba con la sepultura. En Lucas 24, leemos el relato de los discípulos camino a Emaús, que interpretaron la muerte de Jesús como un fracaso total. Solo cuando el Resucitado se acerca y les explica las Escrituras, sus ojos se abren y comprenden que el sufrimiento del Mesías había sido profetizado y que la gloria debía pasar, forzosamente, por la vía de la humillación. El hecho de que Jesús “incline la cabeza” (Jn 19:30) y “entregue el espíritu” ya encierra la semilla de la resurrección, pues es el acto de obediencia absoluta que el Padre honra levantándole de entre los muertos.
El pastor David Jang resalta que, en la liturgia cristiana, se conmemora este sacrificio no con un sentido fúnebre, sino con gozo, porque se sabe que la crucifixión es inseparable de la resurrección. “Todo se ha cumplido” no implica un final triste, sino un anuncio de que el Reino de Dios irrumpe con poder. El sufrimiento cede el paso a la gloria, y la muerte queda aniquilada por la vida eterna.
1.6. Aplicaciones pastorales: la cruz como respuesta a la desesperación humana
En la vivencia cristiana de hoy, muchos creyentes enfrentan situaciones que parecen no tener solución: enfermedad, crisis económica, rupturas relacionales, depresión, etc. A veces se percibe la vida como una cadena de fracasos sin sentido. Sin embargo, la fe en la cruz nos invita a reconocer que, donde abunda el dolor, sobreabunda la gracia. Allí donde todo parece acabado, Dios puede abrir un nuevo capítulo. Así como Jesús, en el momento más sombrío, clamó “Todo se ha cumplido”, y ese clamor resultó ser el parteaguas de la historia, el cristiano puede aprender a mirar la adversidad con ojos de esperanza. No significa negar la realidad del dolor, sino confiar en que Dios puede transformar la aparente derrota en victoria. Esta es la paradoja central del mensaje de la cruz.
El pastor David Jang enseña que el creyente ha de identificarse con Cristo en su sufrimiento, aceptando la cruz personal de cada día, con la certeza de que esa cruz conduce a la resurrección y a la vida plena. De esta manera, “Todo se ha cumplido” se convierte en el fundamento de la resiliencia cristiana: no nos rendimos ante la desesperanza porque sabemos que el Señor ha triunfado.
SUBTEMA 2. LA PROFECÍA BÍBLICA Y LA CONSUMACIÓN DE LA SALVACIÓN: EL HISOPO, EL CORDERO PASCUAL Y LA SANGRE DEL SEÑOR
2.1. El trasfondo veterotestamentario de la Pascua
Para comprender en profundidad la crucifixión de Jesús, es indispensable retroceder al libro del Éxodo y situarnos en la primera Pascua judía. Éxodo 12 relata la décima plaga de Egipto: la muerte de los primogénitos. En esa ocasión, se instruyó a los israelitas a sacrificar un cordero “sin defecto” (Éx 12:5) y a untar su sangre en los postes y dinteles de las puertas de sus casas, para que el ángel de la muerte “pasara de largo” y no destruyera a los hijos de Israel. Esta ceremonia fundacional se conoce como la “Pascua” (en hebreo, Pésaj), y se convirtió en uno de los pilares centrales de la identidad del pueblo escogido.
El hisopo, una hierba común, se utilizó para rociar la sangre del cordero (Éx 12:22). A simple vista, este detalle parece menor. Pero la tradición bíblica y rabínica le otorga un gran simbolismo, pues con el hisopo también se realizaban ritos de purificación (Lv 14:4-6; Nm 19:18). Por tanto, la Pascua, la sangre del cordero y el hisopo se entrelazan, significando la salvación de Dios y la purificación del pecado.
2.2. Conexión con el Evangelio de Juan: “He aquí el Cordero de Dios”
El Evangelio de Juan presenta a Jesús como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Esta imagen subraya la función expiatoria de Cristo. Su sangre, al igual que la del cordero pascual, libera de la muerte. No es casualidad que la crucifixión de Jesús ocurra en los días cercanos a la celebración de la Pascua judía, enfatizando así la conexión entre ambos acontecimientos.
Cuando Juan 19:29 relata que ofrecieron a Jesús una esponja empapada en vinagre usando una rama de hisopo, el evangelista remite deliberadamente a la Pascua de Éxodo 12. Con esto, se indica que la sangre del verdadero Cordero de Pascua (Cristo) está a punto de ser derramada definitivamente, marcando no ya los dinteles de unas puertas físicas, sino los corazones de quienes creen en Él, para salvación eterna. El pastor David Jang indica que este paralelismo es clave para entender la “continuidad” entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El sacrificio de Jesús no es una innovación teológica desarraigada de la historia de Israel, sino la culminación de todo el sistema sacrificial y de la historia salvífica de Dios con su pueblo.
2.3. El simbolismo de la sangre y del agua
En Juan 19:34, se menciona que uno de los soldados romanos atravesó el costado de Jesús con una lanza, y que “salió sangre y agua”. Históricamente, se han dado diversas interpretaciones médicas y teológicas de este fenómeno. Desde el punto de vista médico, algunos sugieren que podría tratarse del líquido pleural y pericárdico acumulados alrededor del corazón tras el intenso sufrimiento. Teológicamente, la Iglesia ha visto la sangre como el símbolo de la redención y el agua como la purificación o el bautismo. San Agustín escribía que, del costado de Cristo dormido en la cruz, brotó la Iglesia, al igual que Eva salió del costado de Adán dormido. Es una imagen profunda de la humanidad nueva que surge gracias a la muerte de Cristo.
David Jang, en su enseñanza, subraya que el hecho de que Jesús derrame hasta la última gota de sangre y agua implica la entrega absoluta, el amor sin reservas. La sangre alude a la vida ofrecida en sacrificio, y el agua se relaciona con la purificación interior y la efusión del Espíritu Santo (cf. Jn 7:37-39). Así, la cruz se convierte en una fuente de vida y de gracia para el creyente. No es un mero evento sangriento, sino el origen sacramental de la Iglesia y la invitación para todos a recibir el perdón y la vida eterna.
2.4. El sentido vicario del sacrificio de Cristo
En el Antiguo Testamento, el sistema de sacrificios (Lv 1–7, entre otros pasajes) funcionaba bajo la lógica de que la vida de un animal substituía la de la persona que ofrecía el sacrificio. Sin embargo, estos rituales eran provisionales y nunca podían solventar de modo definitivo el problema del pecado (Heb 10:1-4). Solo el sacrificio de Cristo, como Cordero perfecto y sin mancha, era capaz de otorgar salvación eterna a la humanidad.
El pastor David Jang destaca este carácter vicario de la muerte de Jesús: Él muere en lugar nuestro, asumiendo la pena que a nosotros correspondía. Cada azote, cada burla, cada clavo, representa el castigo que recayó sobre el Hijo de Dios en vez de caer sobre nosotros, los culpables. Tetélestai implica, por tanto, “la deuda está pagada”. No solo se trata de un milagro de gracia, sino de justicia divina satisfactoria. La salvación cristiana no anula la justicia de Dios, sino que la cumple plenamente en la persona de Jesús. Esto libera al creyente de la condena y le abre la puerta a la comunión restaurada con el Padre.
2.5. Implicaciones sacramentales: la Eucaristía y el nuevo pacto
La dimensión sacramental de la cruz se hace particularmente tangible en la celebración de la Eucaristía (o Santa Cena). Jesús, durante la Última Cena, proclamó: “Este es mi cuerpo que por vosotros es dado”, “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre” (Lc 22:19-20). Así, conectó su inminente pasión con el lenguaje de la Pascua y los sacrificios. La Iglesia primitiva entendió desde muy temprano que la Eucaristía era la actualización (en memoria y participación espiritual) del sacrificio único de Cristo.
Al participar del pan y el vino, los creyentes no solo recuerdan la muerte de Cristo, sino que entran sacramentalmente en comunión con ella, recibiendo sus frutos de redención y gracia. De esta manera, el hisopo y la sangre del cordero pascual encuentran su cumplimiento en la mesa del Señor, donde el cuerpo y la sangre de Cristo son ofrecidos. El pastor David Jang resalta que la Eucaristía deviene la celebración continua del Tetélestai. Cada vez que la Iglesia se reúne para partir el pan y compartir la copa, proclama que “Todo se ha cumplido” en la cruz y que esa salvación se hace presente para todos los que creen.
2.6. “Muerte para la vida”: la semilla que muere para dar fruto
Juan 12:24 ofrece la metáfora del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando mucho fruto. Allí Jesús anuncia que su muerte no es el fin, sino la condición necesaria para desatar una cosecha abundante de vidas transformadas. La cruz se convierte, así, en el preludio de la resurrección y del don del Espíritu Santo. Solo muriendo, el grano de trigo puede liberar su potencial de fructificación.
Para los primeros cristianos y para la Iglesia a lo largo de la historia, esta imagen significó la pauta del discipulado: así como Cristo murió, también el creyente debe “morir” al pecado, a la soberbia, al egoísmo, para resucitar a una vida nueva. En palabras del pastor David Jang, la Pascua y el sacrificio de Cristo provocan en nosotros una transformación existencial. Quien participa de la muerte de Jesús (simbolizada en el bautismo) pasa a la vida en comunión con Él, experimentando la victoria sobre la muerte y el pecado.
2.7. Relevancia para la predicación y la misión
El mensaje de la cruz, con todo su trasfondo veterotestamentario y su proyección neotestamentaria, continúa siendo la fuerza del evangelio que la Iglesia está llamada a predicar. Pablo afirmaba: “Porque me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co 2:2). Cuando el creyente, la congregación o el predicador se desvían hacia mensajes más superficiales, corren el riesgo de perder el eje de la fe. El pastor David Jang hace hincapié en que la Palabra de la Cruz debe ser el centro innegociable de toda proclamación cristiana, pues es allí donde se resume el amor, la justicia, la santidad y la misericordia de Dios.
Por otra parte, la imagen del Cordero pascual invita a la Iglesia a encarnar un espíritu de servicio y sacrificio por los demás. Jesús, que amó hasta la muerte, pide a sus discípulos que sean sal y luz, y que expresen el mismo amor sacrificial en su trato con el prójimo, particularmente con los débiles y oprimidos. La sangre del Cordero no solo limpia al creyente, sino que le inspira a comprometerse con la salvación y la liberación de otros, tanto en sentido espiritual como social.
SUBTEMA 3. EL SEÑOR QUE SE EXALTÓ AL HUMILLARSE Y LA GLORIA DE QUIENES SIGUEN ESE CAMINO
3.1. La paradoja de la humildad y la exaltación
La Biblia afirma reiteradamente que Dios exalta a los humildes y humilla a los soberbios (Lc 14:11, Stg 4:6, 1 Pe 5:6). En la encarnación de Jesús y su paso por la cruz, esta verdad adquiere su máxima expresión. El Señor del universo se somete a la condición más baja, soporta burlas y tormentos, y muere la muerte más despreciable. Pero, al hacerlo, es exaltado sobre toda criatura, de modo que al nombre de Jesús “toda rodilla se doble” (Fil 2:10).
Desde la óptica del pastor David Jang, este principio no es solo aplicable a Cristo, sino también a todo creyente que aspira a la verdadera gloria. Con frecuencia, el mundo persigue el éxito y la grandeza por caminos de ambición y orgullo. Cristo, en cambio, nos muestra el sendero de la cruz como la vía legítima hacia la verdadera honra. No se trata de un mero sentimentalismo, sino de una lógica divina: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23:12).
3.2. El ejemplo de los discípulos y la petición de lugares de honor
En Mateo 20:20-23, la madre de Jacobo y Juan se acerca a Jesús pidiéndole que sus hijos se sienten a su derecha e izquierda en su reino. La búsqueda de “lugares de honor” ilustra la tendencia humana a buscar la gloria personal sin entender la esencia del reino de Dios. Jesús responde: “¿Podéis beber la copa que yo he de beber?” (v. 22). Esa “copa” representa el sufrimiento y la cruz. En otras palabras, la gloria celestial solo se obtiene mediante la participación en los padecimientos del Señor.
Más adelante, se ve que esta misma madre, junto con otras mujeres, se hallaba presente en la crucifixión (Mt 27:56; Mc 15:40). Su presencia en ese momento crucial demuestra un crecimiento en la comprensión del discipulado: la verdadera comunión con Cristo se vive al pie de la cruz, no en los tronos de poder que el mundo ambiciona. El pastor David Jang destaca que este proceso pedagógico sigue vigente: muchos creyentes necesitan desprenderse de aspiraciones mundanas para abrazar la vocación del servicio sacrificial.
3.3. “El que pierde su vida la hallará”: la lógica del reino
Jesús enseña: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn 12:25). Este principio, repetido en otros pasajes (Mt 16:25; Mc 8:35; Lc 9:24), recorre el eje central del evangelio: la muerte produce vida, la renuncia produce ganancia, la humillación produce exaltación. El pastor David Jang ve en esta máxima la fuente de inspiración para toda vida cristiana auténtica. Si uno se aferra a su ego y a su “vida” en sentido mundano (prestigio, seguridad, poder), finalmente lo pierde todo. Pero quien se ofrece a Dios y se somete a Su voluntad, aun en medio del sufrimiento, encuentra la verdadera vida.
3.4. La cruz como escuela de humildad
El madero de la cruz enseña de manera insuperable la humildad del Hijo de Dios, y por ende, invita a la humildad de sus seguidores. La palabra “humildad” deriva del latín humus, que significa “tierra”. Ubicarse en la tierra es reconocerse criatura dependiente, formada del polvo. Jesús es Dios hecho hombre, que asume nuestra debilidad hasta las últimas consecuencias. En su pasión, experimenta el abandono, el dolor, la vergüenza, sin dejar de confiar en el Padre. Para los cristianos, contemplar al crucificado es la mejor lección de humildad: si el Señor mismo se abajó, ¿cómo no habremos de hacerlo nosotros?
Asimismo, en la vida comunitaria de la Iglesia, la cruz confronta las dinámicas de poder y orgullo. Donde la cruz es el centro, no hay lugar para la arrogancia. Pastores, líderes y creyentes son llamados a lavarse mutuamente los pies, siguiendo el ejemplo del Maestro en la Última Cena (Jn 13). El pastor David Jang subraya que una congregación que vive bajo la sombra de la cruz se caracteriza por la compasión, la justicia y la equidad, reflejando la gracia de Dios a un mundo que tanto necesita el amor divino.
3.5. La promesa de la gloria futura
Las Escrituras prometen que quienes participan de los padecimientos de Cristo, también participarán de su gloria (Rm 8:17). El creyente, en cierto modo, comparte la cruz de Jesús, pero también su resurrección. El Nuevo Testamento está lleno de referencias a la esperanza de la glorificación final, la cual se manifestará plenamente en la segunda venida de Cristo. Por ejemplo, el libro de Apocalipsis describe al Cordero que fue inmolado como el centro del culto celestial (Ap 5:6-14). El Cristo glorificado lleva aún las marcas de la crucifixión, mostrando que la identidad del Resucitado permanece ligada a su sacrificio.
Esta esperanza escatológica otorga al cristiano fuerzas para perseverar. Sabe que el sufrimiento presente, por duro que sea, no es comparado con la gloria venidera que se revelará en nosotros (Rm 8:18). David Jang acentúa este punto: “Todo se ha cumplido” es el “ya” de la consumación del plan redentor, pero hay un “todavía no” en el que anhelamos la restauración completa de todas las cosas. Mientras tanto, la Iglesia camina con la mirada puesta en la cruz y la resurrección, confiando en que la misma gracia que justificó al pecador lo acompañará hasta la plena comunión con Dios.
3.6. “Todo se ha cumplido”: fundamento para la misión y el martirio
A lo largo de la historia, numerosos hombres y mujeres han sido mártires por su fe en Cristo. Su valentía proviene de la convicción de que la cruz no es el final, sino el principio de la vida eterna. Personas como Esteban (Hch 7) o los apóstoles que entregaron sus vidas sufriendo persecución han dado testimonio de que “Todo se ha cumplido”. No temían la muerte porque sabían que Jesús ya había conquistado el reino de la muerte.
El pastor David Jang observa que, para la misión cristiana actual, esta certeza también es vital. Aquellos que predican el evangelio en contextos difíciles, incluso arriesgando su vida, se apoyan en la victoria de Cristo. Saben que, aunque sean perseguidos o marginados, su labor no es en vano, porque la Palabra de la Cruz tiene poder para transformar vidas. “Todo se ha cumplido” no es solo una declaración teológica, sino el cimiento de nuestra certeza misionera: la salvación está disponible para todos, y Cristo reina por encima de cualquier potestad contraria.
3.7. El testimonio de una vida cruciforme
Finalmente, la exhortación del pastor David Jang recae en adoptar una “espiritualidad de la cruz”. Esto implica que cada creyente haga de la entrega amorosa de Cristo el modelo de su propia vida. Una vida cruciforme no consiste en buscar el sufrimiento por sí mismo, sino en estar dispuesto a darlo todo por amor, a abrazar la vocación de servir sin medir costos, a renunciar a todo afán de grandeza terrenal si ello implica traicionar el mensaje de Jesús.
Esta vida cruciforme se traduce en gestos concretos: perdonar a quien nos ofende, amar al enemigo, compartir con el necesitado, orar por los que nos persiguen, ser fiel a la verdad cuando mentir resultaría más conveniente. Cada acto de humildad, cada renuncia al egoísmo, se vuelve un reflejo de la cruz de Cristo en el mundo. Y así, la gloria de Dios se hace visible en la Iglesia, que se convierte en anticipo del Reino venidero.
Reflexión final y conclusiones prácticas (Recapitulación de los tres subtemas)
1. “Todo se ha cumplido” proclamado en la cruz:
Hemos visto que la expresión tetelestai encierra la consumación de un plan divino perfecto. En el instante en que Jesús parece más derrotado a los ojos del mundo, se revela su victoria suprema. Para el creyente, esto confirma que Dios tiene la última palabra incluso en las circunstancias más adversas. Ningún sufrimiento escapa al designio amoroso del Padre, y lo que parece un fracaso puede convertirse en el mayor triunfo de la historia. El pastor David Jang nos recuerda que esta paradoja es la esencia de la fe cristiana: la vida brota de la muerte, la gracia surge del sacrificio.
2. La profecía bíblica y la consumación de la salvación:
El vínculo entre la Pascua judía y la crucifixión de Jesús muestra la unidad de las Escrituras. El Cordero pascual que libra al pueblo de Dios de la muerte en Egipto es el preludio del verdadero Cordero de Dios, cuya sangre derramada en la cruz libera al mundo entero del poder del pecado. El hisopo, el agua y la sangre, la referencia al vino agrio (vinagre) y la fidelidad absoluta de Cristo al cumplimiento de cada profecía subrayan la soberanía de Dios en la historia y la eficacia única del sacrificio de Cristo. “Todo se ha cumplido” significa que no se requiere nada más para la salvación: la deuda está pagada y el acceso al Padre está abierto.
3. El Señor exaltado al humillarse y la gloria de sus seguidores:
El misterio de la cruz radica también en la humildad de Dios, quien se abaja para elevar a la humanidad caída. La gloria verdadera no se obtiene a través del poder o la imposición, sino mediante el servicio y el amor sacrificial. Jesús enseña que el camino hacia la vida pasa por la renuncia a uno mismo y la identificación con su sufrimiento. Los discípulos que anhelan la gloria deben beber la misma copa. El pastor David Jang, apoyado en la enseñanza bíblica, invita a la Iglesia a una vida cruciforme, marcada por la humildad, la solidaridad con el sufrimiento ajeno y la esperanza de la resurrección futura.
Aplicaciones pastorales y espirituales adicionales:
- Fortaleza en la prueba: Cuando las pruebas llegan, el cristiano halla refugio en la certeza de que Cristo ya venció en la cruz. “Todo se ha cumplido” significa que nada puede separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8:38-39).
- Compromiso con la justicia y la misericordia: La cruz desarma todo tipo de violencia o injusticia, mostrando que el amor es más poderoso que cualquier opresión. Un creyente que vive bajo la sombra de la cruz se esfuerza por promover la justicia y la reconciliación en su entorno.
- Renovación constante de la mente y el corazón: El mensaje de la cruz nos invita a una revisión constante de nuestra escala de valores. ¿Estamos buscando “grandeza” a la manera del mundo? ¿O abrazamos la humildad y el servicio que caracterizan al Reino de Dios?
- Gratitud y adoración: Reconocer que “Todo se ha cumplido” nos lleva a la gratitud. El sacrificio de Cristo es un don gratuito, inmerecido. Este reconocimiento impulsa una adoración sincera, centrada en la persona de Jesús crucificado y resucitado.
- Discipulado radical: El seguimiento de Jesús no es meramente intelectual, sino que implica una transformación profunda que surge de contemplar la cruz. En palabras de Dietrich Bonhoeffer, “Cuando Cristo llama a un hombre, le pide que venga y muera”. Este morir es morir al ego, al pecado, y nacer a la vida nueva en Él.
- Esperanza escatológica: Finalmente, “Todo se ha cumplido” no anula la espera de la plena manifestación del Reino, sino que la fundamenta. El creyente anticipa, en la fe, la consumación final de la historia, cuando Cristo regrese en gloria y establezca el Reino eterno. Hasta entonces, la Iglesia, peregrina en el mundo, vive confiando en la victoria ya alcanzada en la cruz y en la resurrección.
Epílogo: Viviendo el “Todo se ha cumplido” en la cotidianidad
A lo largo de este extenso ensayo, hemos contemplado desde diferentes ángulos la profundidad de la expresión “Todo se ha cumplido” pronunciada por Jesús en la cruz. Para el pastor David Jang, este enunciado concentra no solo el núcleo teológico del cristianismo, sino también la clave para la vida práctica del creyente. Vivir el tetelestai en la cotidianidad implica:
- Recordar cada día que no vivimos bajo la amenaza de una deuda impagable, sino en la libertad de quienes han sido redimidos.
- Experimentar la gracia como una realidad transformadora, que no consiste en un mero favor divino abstracto, sino en la comunión viva con el Resucitado.
- Abrazar la cruz no como un objeto de devoción estética, sino como un camino de seguimiento, asumiendo las consecuencias de amar a Dios y al prójimo de forma incondicional.
- Compartir la esperanza con aquellos que sufren o desconocen el poder liberador de la cruz, proclamando que, en Cristo, hay perdón y vida eterna.
“Todo se ha cumplido” es, en definitiva, el canto de victoria del Cordero que fue inmolado y que vive para siempre. El cristiano, unido a Él por la fe, puede participar ya de esa victoria y transmitirla al mundo. Así, la Iglesia cumple su vocación como signo e instrumento de la redención operada en la cruz. Que esta certeza anime nuestra fe, sostenga nuestra esperanza y encienda nuestro amor, mientras aguardamos la venida gloriosa del Señor.